Nos educamos juntos
Quiero
llegar así a una segunda etapa, la etapa marcada por un hombre llamado Paulo
Freire, que llegó a nosotros primero a través de sus artículos y libros, luego
por intermedio de nuestros sacerdotes que en JOC de becas pudieron viajar hasta
China y recibir directamente de él sus experiencias. Nos fue sumamente
beneficioso el haber podido recibir, a través de estos hermanos sacerdotes,
todo el conjunto de sus experiencias y enseñanzas, nos metimos de cabeza en el
estudio de sus ideas, procuramos también tener la presencia en la Diócesis de
discípulos de primera clase de Paulo Freire, quienes nos dictaron charlas
durante semanas; fue para nosotros como descubrir un mundo
nuevo.
Paulo
Freire nos dice que nadie educa a nadie, frase de una gran sencillez pero
tremenda en su sentido; nadie educa a nadie, si nos creemos educadores y
pensamos que ya hemos salido de la etapa de los educandos[1],
no estamos educándonos junto a nuestros compañeros de estudio, los estudiantes.
La educación es interaprendizaje.
Hay
que compartir con el campesino, con el indígena, con el obrero, con todo ese
equipo de hombres analfabetos. No dejarnos llevar de ese ser dentro de
nosotros, de nuestra mente y de nuestro corazón, que está convencido de que es
el único que sabe, el que ha aprendido, que se ha quemado las cejas durante
años frente a las páginas de los libros, que ha ido acumulando en su cabeza un
acervo[2]
grande de conocimiento, a ese ser hay que sacarlo afuera y que revele su
aptitud en compañía del campesino, del pobre,
del obrero, pero con humildad.
La
primera condición para una auténtica educación liberadora y forjadora de un ser
humano que sea el artífice, como decía la Conferencia de Medellín, de su propio
desarrollo, el actor de su propia historia, es que nos bajemos de ese ser
superior que anida[3] en
nosotros y nos situemos al mismo nivel de los que pretendemos educar, que nos
convirtamos más bien en sus discípulos, en sus alumnos.
Yo
he aprendido muchísimo de los indígenas; les voy a contar una anécdota en ese
sentido: Fui a visitar una comunidad indígena en el sur de la provincia del
Chimborazo, al llegar no había un sitio adecuado para reunirnos y lo hicimos en
el patiecito de una casa, a mí me pusieron un pedacito de palo, un tronco, allí
me senté, los demás se sentaron en el suelo y empezamos a tratar de conversar.
Mi primera preocupación y mis primeras preguntas iban en el sentido religioso,
quería ver cómo estaban de conocimientos en cuanto a religión, y cada vez me
respondían: “nosotros no sabemos, nosotros somos ignorantes, no hemos aprendido
nada”. Lo que yo quería era dialogar y ese no era un diálogo, entonces me quedé en suspenso,
en silencio durante un rato, reflexionando, luego cambié totalmente de
preguntas: ¿en qué trabajan ustedes? “En agricultura”, me respondían; muy bien,
¿cuáles son los instrumentos de trabajo? “La yunta[4]”,
mencionaron ahí; ¿y todos ustedes tienen yuntas? “No, solamente tres personas,
Fulano y Fulano”, y los señalaron con el dedo; entonces, ¿los demás que no
tienen yuntas, cómo hacen para trabajar? “Ellos nos prestan”; ¿y cuánto pagan
ustedes de alquiler por las yuntas? “No, no pagamos nada”; ¿no pagan nada? “No,
es que aquí tenemos la costumbre de darnos la mano, ellos nos dan las yuntas a
todos y nosotros trabajamos en sus tierras”.
Díganme:
¿No me estaba perdiendo yo muchísimas cosas? Me estaba pendiendo su vida
comunitaria; hasta entonces habíamos hablado de comunidad en teoría, la
práctica estaba allí, esa era la vida comunitaria. Nos dimos la mano, y el
diálogo siguió:
¿Quién
hace el yugo? Me señalaron asimismo a todos los Fulanos que lo hacían. Díganme, si me traen una yunta,
¿podré ponérmela este rato, podré arar como hacen ustedes?
Se me pegaron una carcajada.
“¡Qué
has de poder, pes”, me dijeron tal
cual. Y era la pura verdad, pues yo no hubiera podido arar ese rato, no había
aprendido. Con esto tomaron conciencia de que ellos tenían conocimientos
prácticos más grandes o más numerosos que yo, y eso desvaneció cualquier
distancia que pudo haber existido hasta ese momento, porque era el Obispo el
que llegaba. Y a partir de allí pudimos dialogar largamente y pude realizar
también mi labor evangelizadora porque me acordé de la Parábola del Sembrador
que trae Jesucristo en el Evangelio,
y eso fue motivo y materia de una
conversación muy animada.
Es
así como se aprende, al menos yo lo hice primero al descubrir lo que es la vida
comunitaria, luego a establecer una relación dialoga e interpersonal que es tan
importante en la educación. Eso de que me hayan dicho qué has de poder parecería hasta un insulto, una especie de injuria[5],
¿no? Una malacrianza diríamos en nuestro lenguaje popular. Tal vez si hubiera
sido otro habría reaccionado diciendo estos indios malcriados. Pero a mí más
bien me alegró porque al fin comenzaban a entrar en confianza y eso me importa
mucho. Así ya podían decirme lo que piensan, lo que sienten y con sus palabras.
Esas son cosas muy importantes para los educadores, eso es dejar desvanecer[6]
ese aire de superioridad, fundirnos con la gente. ¿Querrá decir que no nos
dediquemos a transmitir lo que también sabemos? No, pero tenemos que ser oportunos.
Volviendo
a decir lo que escribe Paulo Freire: Nadie educa a nadie, nos educamos juntos,
incluyámonos en este nos educamos juntos,
y para aplicar esta doctrina de Paulo Freire es necesario desatar un proceso. Primer
paso: una etapa de aproximación, de acercamiento al pueblo, a los niños, a los
jóvenes, acercamiento a su realidad, ¿cuál es la realidad en la que están
viviendo? Se habla de investigación de la realidad, pero esta investigación
puede ser hecha de diversas maneras. Hay quienes y son muchos la propician con unos
patrones elaborados de antemano: vamos a conocer la realidad de la familia, la
realidad del mundo del trabajo, la realidad de las fiestas, la realidad de la
vida religiosa, la realidad de la vida política, etcétera, pero ahí con unos
patrones, unos esquemas científicamente prefabricados, que tienen unos
objetivos prefabricados también, y que muchas veces están prefabricados para
sostener una sociedad, un sistema social y económico que interesa
que se consolide.
¿Queremos
educar niños jóvenes y adultos para seguir manteniendo un sistema, o para su
liberación? Lo primero no permite que este hombre sea el artífice mencionado
antes, no, sino para conducirlo a obedecer lo establecido. A eso se refiere
Paulo Freire cuando habla de la educación domesticadora, de la educación
bancaria, totalmente opuestas a la educación liberadora, a la educación que
hace seres humanos, que les devuelve su humanidad.
Por
eso entonces, es necesario hacer una investigación que no tenga una visión de afuera
sino con los ojos de ellos ¿será posible? No con nuestra inteligencia, con
nuestros conocimientos con nuestras categorías, con nuestro corazón muchas
veces ambicioso, egoísta, sino con el corazón de ellos, con la sensibilidad de
ellos.
Ese
tipo de investigación con categorías prefabricadas, si bien es muy útil para
ciertos momentos, no sirve para levantar de la postración un hombre explotado y
oprimido durante siglos; esa investigación puede ser hecha en la biblioteca
leyendo revistas y libros especializados, puede hacerse inclusive yendo al
campo con una libreta, entrando en las casas, preguntando esto y esto otro con
preguntas prefabricadas, y podemos amontonar y amontonar resultados de esa
investigación y clasificarlas e interpretarlas, y ese resultado se quedará en
los anaqueles de la biblioteca, en la mesa de estudio, servirá para hacer una
tesis, para escribir un libro, para todo eso puede ser útil, pero para sacar de
la postración a un ser humano,
repito, no.
Para
sacarlo de la postración hay que sufrir lo que ese hombre sufre, aprender a
saborear su hambre, padecer siquiera un poco el frío, el cansancio y la fatiga
que ese hombre padece; sentir en carne propia el sufrimiento la angustia y la
inseguridad en la que vive. Todo eso significa este proceso de concienciación de
Paulo Freire. Ya dentro del proceso, bien pueden servir los estudios de los
especialistas, para ir ampliando el conocimiento que hemos podido
tener con ellos de tú a tú en un
proceso de aproximación que nos lleve a conquistar su amistad y confianza.
Cuando
el investigador va con su cuestionario prefabricado, pregunta al padre de
familia, ¿cuántos hijos tiene? Le dirá tres, y tiene siete, le dirá cualquier
cosa. Va una monjita, va un sacerdote a hacer una investigación semejante y le
pregunta, ¿cuál es la necesidad más importante de la comunidad? Le dirá la
capilla, ¿por qué?, porque quiere darle justo al preguntón, como sabe que es
sacerdote, como sabe que es monjita
dice, pues necesitamos aquí una capilla, pero no es lo que necesita; y
si cree el investigador que está descubriendo la realidad, se equivoca.
Ya
he contado algunas veces, incluso me han hecho un folletito con manitos, lo que
quiero contarles ahora:
Eran
los años en los que se hizo presente y trabajó mucho Misión Andina, nacida de
la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que procuró la
integración de los indígenas en la cultura nacional, ese era su objetivo.
Llegó pues, la gente de la Misión Andina a una comunidad del Chimborazo, la
congregaron, bajaron de un camión dos ejemplares de borregos de raza fina,
pidieron que los indígenas trajeran también ejemplares de sus ovejas. Allí, en
el patio de la escuela, compararon cuál era el más grande. Los indígenas decían,
lógicamente, los borregos que trajeron los de
afuera, pues eran enormes,
gordos y con la
lana más
larga y fina que
las ovejas de la
comunidad... Luego les
dicen, “les vamos a dejar
estos dos ejemplares durante
un tiempo para
hacer un cruce de razas y para que mejoren
sus ovejas”. Los indígenas
contestaron: “Dios se lo pague, taita amito”, y ellos regresaron contentos,
habían hecho una gran obra, habían
dialogado con la gente. Estaba allí una estudiante de Trabajo Social de la
Universidad Central que previamente había ido a contarme que quería pasar sus
vacaciones allí, y luego vino a contarme lo que les estoy contando porque
ella se
quedó allí. Entonces
escuchó la reacción
de la gente cuando ya no estaban
los señores de la Misión Andina: “Estos borregos han de costar mucha plata y aquí van
a morir, y nos obligarán a pagarles a no sé cuánto, y por qué será que estos
señores no se dieron cuenta de que no tenemos agua, y no teniendo agua no
podemos tener hierba, y no teniendo hierba no podemos alimentar a estos
animales, y si nuestras ovejitas son así tan flaquitas y tan pequeñitas, es
porque no tenemos qué darles de comer,
andan pellizcando por aquí y por allá en la tierra dura y árida, buscando las
hierbitas que nacen, ¿por qué no se darían
cuenta?”.
Esta
anécdota, y muchas otras que no les cuento, nos revela que el trabajo de
investigación no debe obedecer a nuestras categorías, que tenemos que aprender
a ver la realidad con los ojos de la gente, averiguar qué es lo que ella siente
como necesidad, y darle respuesta a esa
necesidad; ese sería un trabajo de
investigación propiamente educativo que empezaría educándonos primero a
nosotros mismos. Pero para llegar a ese punto es necesario un proceso de
amistad y de confianza, no nos descubrirán cuáles son sus necesidades si hay
una distancia grande entre ellos y nosotros, y hacer amistad con el hombre
oprimido no es tarea fácil ni corta,
tenemos que invertir tiempo y llenarnos de una gran paciencia, tenemos
sobre todo que aprender a amarlos con sinceridad y de corazón; porque una cosa
es el cariño fingido de alguien que quiere manifestarse afectuoso con los
pobres con una palmadita medio reservada en las espaldas, con un cómo estás mijito. Nada de mijito, hay
que tratarlo como hombre no como un ser inferior, nada de paternalismo[7].
Cuando
llegué a la Diócesis, para saludar al Obispo los indígenas debían arrodillarse
y esconder su mano debajo de la esquina del poncho y besarme la mano con mucha
timidez; me ha costado trabajo ir acostumbrándolos a estrechar la mano, está
sucia, está llena de barro, está sudorosa, está hedionda, todo lo que sea, pero es hermano, entonces hay que apretar sin
reserva alguna esa mano de trabajo tomarlo en cuenta como hombre. Un amor real,
efectivo. Juntamente con esa paciencia que les decía, con esa constancia, hay
que llevar en el corazón un gran amor, no
hay posibilidad de que una persona pueda llamarse misionera de la
educación, agente de educación, si no lleva una cara grande de amor, de amor al otro, al prójimo, de amor a quien nos
vamos a acercar.
Todo
esto y mucho más se podría decir dentro de este proceso de educación
liberadora, pero quiero volver y continuar con el tema de las Escuelas
Radiofónicas Populares y ahora hablarles de sus consecuencias.
Este
aprendizaje significó para nosotros un esfuerzo de cambio, desde los mismos
planes de trabajo empezamos a poner como primer paso importante el conocimiento
de la realidad en el sentido que acabo de explicar, un conocimiento que no se
estacione, un conocimiento que maneje un
análisis profundo de la realidad, dialogando con ellos; pero que
sean ellos los que vayan descubriendo las causas sin que
nosotros acaparemos[8] el uso de
la palabra e impongamos nuestros
puntos de vista, sino más bien
guardando silencio y siendo muy
oportunos en preguntas
o en informaciones que podamos
dar, muy parcos[9] al mismo
tiempo. Así empezamos a trabajar en Escuelas Radiofónicas, y si bien sufrió
como institución un sacudimiento, no
siempre aceptó continuar en esta
otra línea.
Pero
éste no fue la única iniciativa en este sentido, ha habido toda una conjugación
de fuerzas y equipos pastorales que han asumido esta otra mentalidad y sus
objetivos, se ha ido tejiendo poco a poco todo este proceso de educación de
adultos, educación liberadora, educación que ha tenido ya sus resultados,
educación que tiene todavía un campo extenso en el que trabajar y seguir caminando. Suelo señalar como primer
resultado positivo y liberador el hecho de que el hombre oprimido que conocí hace 30 años,
el hombre que delante de su
patrón, delante del cura, peor delante del Obispo, peor delante del gobernador
de la Provincia, no se atrevía a pronunciar su palabra, no las palabras
consabidas, taita amito y cosas por
ese estilo, sino su palabra. Ahora es
capaz de decir su palabra, es capaz de presentarse ante cualquier autoridad
para reclamar sus derechos de hombre, es capaz de presentarse ante el
Presidente de la República y decir esta
es nuestra realidad; es capaz de pararse delante de un micrófono, delante
de una muchedumbre y pronunciar su discurso sin vacilación en sus palabras, en
su lengua, en kichwa. Su liberación ha comenzado liberando su propia palabra, y
eso es algo de suma importancia, porque la palabra -para mi modo de ver- es
la revelación de su personalidad, la
revelación de su capacidad de decidir, de su capacidad de discernimiento[10],
de su capacidad y voluntad de seguir hacia adelante, de continuar por el camino
de la liberación y, de paso, de organización. No se puede nada solo, tienen que
unirse, organizarse, formar y edificar su pueblo. Y así ya podemos escucharnos,
ya podemos marchar juntos, ya podemos
educarnos juntos.
Si
estoy hablando de educación liberadora es para iniciar un proceso, un proceso
que nos ayude a todos a salir de esa situación y a destruir la imagen de la
sociedad piramidal[11] a
la que he hecho referencia en otra parte; entonces tenemos que ser pueblo y
comunidad, que es una figura totalmente distinta de sociedad.
Para
salir de esta sociedad piramidal es necesario participar, compartir también la
pobreza, también la miseria, hacer experiencia, no digo establecernos allí. En
un primer momento ser esa la voz de los que no tienen voz, pero si nos quedamos
en esta primera etapa de ser la voz de los que no tienen voz, ¿cuándo van a
tenerla ellos?, hay que aspirar a que ellos tengan voz. Los conocimientos
adquiridos en la universidad les va a servir mucho con tal de que aporten sus
conocimientos y pidan también a otros compañeros que aporten, a otros
especialistas que aporten; llega un momento en que es necesario todo eso, en la
medida en que los pobres, los indígenas, los campesinos, los obreros vayan
ensanchando su visión, sus conocimientos.
Continúen
estudiando y aumentando sus conocimientos pero socialícenlos en este sentido;
si somos seres sociales estamos llamados a recibir y a dar, y así entonces
pueden realizar su vida al servicio de los
demás.
Si
queremos sacar de la postración a nuestros hermanos, tenemos que aproximarnos a
ellos en el sentido que he dicho, si no vamos a pretender ser los salvadores,
los redentores, y nunca podremos decir que contamos con un pueblo que es sujeto de su propio
desarrollo y actor de su historia; siempre serán seres conducidos por otros.
Tenemos que aspirar a que nuestro pueblo sea sujeto de su propia
transformación. En eso consiste la auténtica educación liberadora.
[4] yunta: Par de bueyes, mulas u otros animales que sirven en la labor del campo o en
los acarreos.
[7] paternalismo: Tendencia a aplicar las formas de autoridad y protección propias del padre en
la familia tradicional a relaciones sociales de otro tipo;
políticas, laborales
tea y realice lo que le pide la agenda de formacion humana